lunes, 20 de julio de 2009

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La locura no tiene ninguna voz, porque no requiere comunicarse ni consigo misma. Más allá de los límites del lenguaje, un grito es igual a una cosa líquida que se escurre por todas partes sin dejar de fluir. Fluir, fluir, fluir. Todo invade pero nada posee. Sobre todo, avanza.

No pocos escritores, en su arrogancia o ingenuidad, en sus estúpidas buenas intenciones, han querido ser intérpretes del sinsentido.

Una línea de fuga de cristal roto, el corazón máquina se desengrana violentando con su chirriar esa quitud de las cosas calladas.

La sabiduría no reza ni canta. El silencio es el caldo de cultivo donde el sinsentido y la sapiencia hacen su danza caótica, vorágine que todo lo aplasta y desgarra y que es el inicio de la vida misma.

¡Qué importan los hombres, qué importo yo! después de sentir la potencia de sus pies descalzos.

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